Hoy paradógicamente es el día nacional de los derechos humanos y estamos a un año de los hechos de abuso policial bárbaros de ese septiembre negro del año pasado, por lo tanto, es una fecha que no puede pasar en el silencio.
Durante el 2020 comencé un proyecto de memoria, con el cual busco, en pro del "No Olvido", recopilar mis propias experiencias particulares sobre personas o acontecimientos que ameriten ser relatados y recordados, quiero compartirles el capítulo 1, que está dedicado a Dilan Cruz, otra víctima más de ese abuso policial que debe ser proscrito y sancionado (el capitulo 2 sobre Jaime Garzón lo pueden ver aquí).
DE LA ANTOLOGÍA DE RELATOS BREVES NOMEOLVIDES
“Para aumentar la memoria y mejorar la claridad de los pensamientos…”[1]
CAPÍTULO 1
“Se estudió la historia clínica y se hizo aplicación de Protocolo de Minnesota acorde con el contexto del caso.”
Era un sábado normal y corriente cercano el fin de año. Sorpresivamente llegó mi cuñada al apartamento, nos invitó a almorzar con motivo del grado de mi hijo menor, de 16 años, que sería la semana siguiente.
Almorzamos en un restaurante del Centro Internacional de Bogotá, y al salir vimos que las vías estaban cerradas, no había transporte público, había muchos jóvenes marchando, gritando consignas y todo estaba invadido por los llamados “matrimonios”, dúos amenazadores (policía raso con policía ESMAD) en moto.
El ambiente estaba tenso, no había forma de encontrar transporte de ningún tipo por la zona, un poco ingenuamente, propuse a mi cuñada y a mi hijo, que nos dirigiéramos hacia la calle 19, donde pasaba mucho transporte público habitualmente; siendo así, nos dimos un septimazo y desde allí llegamos a la calle 19 donde el ambiente era aún más tenso.
“En el Laboratorio de Balística, se analizaron Elementos Materiales Probatorios recuperados del lugar de los hechos, del Hospital San Ignacio y durante el procedimiento de necropsia.”
Había pequeños focos de personas como esperando por iniciar una marcha, pero no en una marcha formal todavía, eran jóvenes normales, lo raro era que estaban rodeados por una turba inquietante de policía rasa y ESMAD, lo primero que me impresionó fue lo desproporcionado del operativo, tanta parafernalia dominante para controlar grupos de jóvenes, como si fueran los guerreros del apocalipsis o fueran a desatar la tercera guerra mundial, y lo segundo, que el aparato policial era totalmente amenazador, sus posturas, sus rostros, sus gestos, rodeando a todos los que allí estábamos, con sus armas de exhibición y sus vehículos en los que pasaban raudos y agresivos.
De inmediato me arrepentí de haber llevado allí a mi hijo de 16 años, pero evalúe la situación, no había marcha todavía, solo personas reuniéndose para comenzarla, de forma totalmente pacífica, de verdad internamente pensé que no podía pasar nada, con mi mente distorsionada por el estudio del derecho (como abogada que soy), presumí que la fuerza pública solo podría reaccionar ante una amenaza, y realmente no la vi por ninguna parte.
Obviamente por allí tampoco había transporte público, con mi cuñada optamos por ir hacia la calle tercera y esperábamos pasar hacia el barrio la Candelaria.
De pronto, cuando llegamos a la calle 4ª con 19 hacia el oriente, escuchamos unos gritos.
“Los hallazgos de necropsia permiten afirmar que la muerte del joven es secundaria al Trauma Craneoencefálico Penetrante; ocasionado por munición de impacto, disparado por arma de fuego, lo cual ocasiona severos e irreversibles daños a nivel de encéfalo.”
Miré al frente y era una mujer con un bebé en un coche, suplicaba que le abrieran la puerta del centro comercial, porque su bebé se ahogaba, tardé un momento en reaccionar, ¡la policía nos estaba gaseando! No había marcha en forma, no había ninguna amenaza a la seguridad, la mayoría de los que estábamos allí éramos ciudadanos de paso, que ni siquiera teníamos previsto participar de la marcha.
¡Y nos gaseaban! Incluyendo al bebé en el coche que no encontró refugio en el centro comercial, porque allí, indolentes y asustados, no le abrieron la puerta a la mamá que lo clamaba, ella corrió hacia el sur por la calle 4ª, no hubo forma de ayudarla.
Nosotros también corrimos, no hubo otra opción, aunque éramos ciudadanos normales y corrientes que no habíamos cometido infracción alguna, ni siquiera una contravención, fuimos atacados por la policía y de pronto solo nos abrumaban las lágrimas y el ardor de la pimienta en nuestras gargantas.
A mi hijo los gases le afectaban más que a mí, como pudimos llegamos corriendo a la calle 3ª, a la estación de Aguas, yo esperaba que desde allí pudiéramos huir hacia la Candelaria y allí ya veríamos de qué forma salir.
Llorosos y aturdidos, llegamos al punto de posible escape, cuando, ¡oh sorpresa! Toda la Estación de las Aguas estaba rodeada de policía uniformada y armada, no dejaban ni un resquicio por el que pasar, yo seguía con mi pensamiento ingenuo —¿cuándo se me quitará? — pensaba que igual no estábamos cometiendo infracción alguna, ¿qué nos podían hacer?
Pero mi cuñada muy sabiamente me dijo que viráramos hacia el otro lado, no podíamos esperar protección de la fuerza policial, constitucionalmente erigida para algo diferente a lo que estábamos presenciando, pero que quizá ese día no habían recibido sus lecciones de derechos ciudadanos constitucionales.
“El estudio balístico permite afirmar que:
· Los elementos estudiados en el laboratorio hicieron parte de un cartucho de carga múltiple, munición de impacto, tipo “BEAN BAG”, disparado en un arma de fuego, tipo escopeta, calibre 12.
· La munición “BEAN BAG”, corresponde a una bolsa de material textil que contiene múltiples perdigones de plomo.
· Los elementos analizados cumplen con la ficha técnica de la casa fabricante y no han sido modificados.”
Huimos literalmente hacia la dirección contraria, allí, había un centro de servicio automotriz, donde igual había policías llenando de gasolina sus motos, pero al menos no estaban haciendo un cerco, un hombre les gritaba, “¡Abusivos, llenaron de gas pimienta mi apartamento, respondan!” Y los policías le ignoraban, algunos hasta sonreían.
Por fin encontramos un resquicio hacia la Universidad Santo Tomás y por allí, un taxi vino al rescate y salimos, verifiqué nuestro estado, todavía llorosos, aturdidos, el ardor de garganta duró una semana, pero vivos y con viabilidad de seguirlo estando, yo aliviada, mi hijo podría graduarse esa semana.
Cuando llegamos a casa escuchamos la noticia, mientras regresábamos en el taxi, casi exactamente en el punto donde sin justificación alguna fuimos gaseados por la Policía de Bogotá, otro policía había herido a un estudiante que hacía parte de la marcha pacífica, de 18 años (solo dos más que mi hijo menor), Dilan Mauricio Cruz Medina.
Días después y ante la muerte de Dilan, el Instituto de Medicina Legal calificó así la muerte:
“Los anteriores hallazgos permiten establecer como Manera de Muerte Médico Legal: Violenta, Homicidio.”[2]
Dilan se graduaba un día antes que mi hijo, el día de su graduación fue de gran alegría, pero con la pesadez y la incógnita de que en ese momento la víctima fue Dilan, y se perdió injustificadamente una vida tan importante, que también pudo ser la de mi hijo, o el de cualquier otra persona, no pude dejar de pensar en ello, con mi dolor de madre acumulado en el corazón.
Ambas vidas tan valiosas, ninguna debió haberse visto amenazada, y menos, por una Fuerza que debería velar por nuestros derechos, y no atacarlos.
©SANDRA CLAROS - Mayo de 2020
[1] Descripción de la esencia de floral de Nomeolvides, Rojas Posada Santiago, “Esencias Florales: Un camino”, Editorial SUI-TUTUAVA, octava edición, agosto de 2003, página 99.
[2] La presente referencia y las anteriores entre comillas, hacen parte del dictamen emitido por la Dirección General del Instituto de Medicina Legal, sobre la muerte de Dilan Mauricio Cruz, fechado el 28 de noviembre de 2019.
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