El 31 de octubre ha sido considerado tradicionalmente como la fiesta de Halloween o el Día de las brujas, festividad heredera de las tradiciones celtas, título que ha querido ser calificado como algo oscuro y/o demoníaco, y, por lo tanto, se ha escondido bajo el eufemismo del Día de los niños, que, por cierto, tienen otro día en abril, por lo menos acá en Colombia.
Y yo digo sí, es el Día de las brujas, así, sin miedo. ¿Es que acaso la ejecución de cientos de miles de mujeres (por lo menos en un 80% lo eran) en un genocidio bárbaro, en un momento histórico (el comienzo de la era moderna) en que la sociedad preponderante se puso más que nunca, más que antes, como siempre, en guerra total contra las mujeres, no merece una memoria histórica, un recordéris de los extremos a los que podemos llegar como humanidad para evitar la repetición?
Se quiso confinar más que nunca a la mujer a una función netamente reproductiva y de servidumbre, negándole su derecho a hacer de curandera sanadora y sabia, conocedora de la fuerza y potencial de las plantas, (ese que hoy la industria farmacéutica sigue denigrando pero que al mismo tiempo explota, le saca provecho y lo patenta), de esa ciencia natural de la que era dueña y con la cual hubiera transformado nuestra historia en algo muy diferente a lo que ha sido, pero la máxima violencia religiosa y del poder reinante de ese entonces no lo permitió.
¿Es que acaso estas mujeres, masacradas de la forma más violenta, torturadas, quemadas vivas, arrinconadas y orilladas a abandonar sus rituales y prácticas de la ciencia incipiente, a dejar morir a los enfermos, aunque supieran cómo ayudarlos, para no ser asesinadas, siendo judicializadas de la forma más irracional y que, además, eran inocentes, no merecen un día al año al menos como homenaje?
Y lo digo así, sin miedo, porque estas mujeres sabias fueron asesinadas por la iglesia hegemónica porque estaban llegando a un rol diferente a nivel social y sexual, al manejo y poder sobre su cuerpo, a tener acceso a plantas y brebajes para no estar embarazadas todos los años, y esto les fue negado por un genocidio que no termina, porque siendo brujas se les sigue satanizando.
Si una mujer hoy tiene poder sobre su cuerpo y su sexualidad, sobre su reproducción, sobre su sabiduría, si sabe y conoce de los rituales que le dan poder para sanar, para ampliar su conciencia, peyorativamente se la sigue llamando “bruja”, como si fuera algo malo, censurable. Se las descalifica frente a la visión del ser femenino como carente del “bien” como si representaran al “mal”, en un maniqueísmo medieval que sostiene la religiosidad tradicional sin mayor análisis, cuando quienes trabajan en la luz están es ricas de saber, del conocimiento del ritual que hace crecer y despertar la conciencia, de amor por los suyos para sanarlos.
¿Cuál fue el costo de todos estos años de ostracismo femenino al que fuimos condenadas? Con el recuerdo histórico y genético de que sublevarse lleva a las más atroces torturas, aprendimos a ocultar nuestra intuición, nuestra capacidad de canalización, de identificarnos y de ejercer la sabiduría ancestral, aprendimos a ser sumisas y a sentirnos mal si no cumplimos con los parámetros sociales aceptables de belleza, renunciamos a nuestro cuerpo y a decidir sobre el mismo para convertirlo en un campo de explotación.
Pero esto históricamente no ha sido dejado atrás, aún en estos tiempos en pleno siglo XXI, he sido testigo de cómo la capacidad de tener visiones y de canalización, por ejemplo, de estar en contacto con seres y dimensiones más allá de la física, se considera satánico e implica la descalificación, la consideración de que somos charlatanas y la exclusión de determinados círculos, lo único es que afortunadamente hoy no pueden quemarnos vivas, aunque ya quisieran.
Esto ha conllevado entre otros muchos factores a estar privadas de ser sujetos de derechos hasta un momento de la historia relativamente reciente, y es que este holocausto contra las mujeres que duró toda la edad media, de milagro sobrevivimos como especie, como género, y ha llegado el momento del reconocimiento, del resaltar a estas miles de mujeres que fueron torturadas y asesinadas de la forma más salvaje, ¡durante más de tres siglos!
Y si estoy indignada, es por tantos hombres y mujeres que hoy prefieren eludir que el 31 de octubre es el Día de las brujas, y prefieren llamarlo de otras formas por miedos sin base, quitando valor a la lucha y sufrimiento de todas estas mujeres, cuando muchas nacieron, vivieron y murieron en medio del terror, y no propiciado por sus prácticas.
Lamentablemente, la cacería de brujas no es un tema del pasado, es una modalidad de feminicidio que sigue ocurriendo en pleno siglo XXI, especialmente en África, el sudeste asiático e inclusive en América Latina (Brasil), hasta tal punto, que ya se habla de instaurar un día internacional contra la cacería de brujas, todos los 10 de agosto. (Ver artículo aquí).
Es hora de replantearnos los muchos referentes que se han creado a nivel social y que son inútiles, que enmascaran realidades tan bárbaras como a la que me he referido, utilizando las palabras correctas y dejando de lado los eufemismos, es por todo esto, que este 31 de octubre será mi homenaje personal a todas estas mujeres que murieron en este holocausto que apuntaba a dominar y doblegar el sagrado femenino, esas mujeres que filogenéticamente siguen en nosotras, que luchamos contra el temor a ser “quemadas vivas” por la nueva inquisición de las redes sociales, que solo acepta unas “verdades” limitadas en una sociedad enferma, si utilizamos nuestros dones sanadores, nuestra sabiduría ancestral e intuición y la ofrecemos al servicio de los demás.
Abogada, escritora, angelóloga.
Directora Corporación Eudaimonía
Codirectora Proyecto Editorial 89079
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